
En un momento crucial para el rugby femenino, Inglaterra logró su cuarto título de la Copa del Mundo ante una multitud récord en el Estadio Twickenham. La final histórica, que registró cifras de asistencia sin precedentes, marcó un hito en el deporte femenino, evidenciando el notable crecimiento del juego y estableciendo nuevos estándares para los futuros torneos [1].
La atmósfera era electrizante mientras 82,000 aficionados llenaban Twickenham hasta los topes, una escena que habría sido inimaginable hace apenas seis años. Esta cifra de asistencia no solo rompió los récords anteriores para un partido de rugby femenino, sino que también envió un mensaje contundente sobre la creciente atracción y viabilidad comercial de este deporte [1].
El éxito del torneo se ha atribuido a una estrategia de marketing bien pensada, una mejor cobertura televisiva y al aumento en el nivel de juego de todas las naciones participantes. La decisión del comité organizador de celebrar la final en el estadio de rugby más grande de Inglaterra resultó ser un acierto, con las entradas agotándose semanas antes del evento [1].
El impacto de esta Copa del Mundo va mucho más allá del terreno de juego, con implicaciones significativas para el deporte femenino a nivel global. El torneo ha atraído una cobertura mediática sin precedentes y asociaciones comerciales, estableciendo nuevos estándares para las competiciones de rugby femenino en todo el mundo [1].
El éxito del torneo ya ha influido en la planificación futura, con varias naciones anunciando un aumento en la inversión en programas de rugby femenino. Esta Copa del Mundo ha demostrado que el rugby femenino puede captar la atención del público en general y generar un interés comercial considerable, allanando el camino para un crecimiento aún mayor [1].